Hacia los años ochenta, el Maestro Deshimaru pidió a sus discípulos del dojo de París que escribiesen sus biografías. Yo debía tener 27 o 28 años y aparte de practicar zazen y de seguir su enseñanza, mi vida parecía contener pocas aventuras. No obstante comencé, y comencé por contar la historia de la pesca de la gamba. Cuando tenía diez años, al final de las vacaciones en el mes de septiembre, en la época de las grandes mareas, mi padre y mi abuelo nos llevaban a pescar gambas. Se sucedían largos preparativos. Por la mañana, a la salida del sol, mi abuela se dirigía al mercado a comprar un surtido de pescados baratos. Después, mi abuelo ensartaba las cabezas de los peces en el alambre de los rételes, blasfemando tranquilamente porque se pinchaba los dedos. Empezábamos con marea alta, lanzando los rételes desde peñascos escarpados, con las olas lamiéndonos los pies, y sacábamos del mar cangrejos. Por supuesto, el recoger los cangrejos e introducirlos en la cesta de mimbre era toda una historia. Una vez en casa, vertíamos nuestro acopio de cangrejos en una gran tinaja y esperábamos dos o tres días a que murieran. De nuevo mi abuelo ensartaba los cangrejos en los rételes y salíamos, esta vez con marea baja, a pescar gambas. Por lo general estas expediciones se saldaban con un total fiasco y mi padre acababa siempre comprando hermosas gambas en la taberna de la esquina, frente a un vaso de vino blanco. Mi biografía debía comenzar así pero mi compañero de aquel tiempo me hizo entender que aquello no tenía gran interés, que era estúpido y que mejor haría en abandonar la idea de contar la historia de mi vida. Casi veinte años han pasado y de nuevo me encuentro en la tesitura de escribir mi biografía. Y una vez más, aparte de practicar zazen, afeitarme la cabeza y llevar cada día el kesa, mi vida no parece ni demasiado azarosa ni demasiado apasionante para los demás. Así pues, vuelvo con la pesca de la gamba. Lo que me impresionaba, siendo una niña, era lo absurdo de tales acciones, dejando aparte el hecho de que pasábamos buenos ratos. Era ridículo, absurdo, humano con sus gritos y colores. Es lo que hubiera querido expresar en aquella época y lo que ahora quisiera poder expresar. Yo no he tenido un despertar al hecho de la impermanencia; más bien las acciones del mundo tal cual es me parecieron súbitamente alejadas de sus objetivos. El mundo tal como me lo habían mostrado mis padres, mis antepasados, mis profesores, mis tutores etc, me parecía absurdo y bloqueado. La religión tradicional en la cual me habían educado mis padres no me había aportado tranquilidad alguna. Tampoco los estudios me habían dado la libertad. La pregunta ¿por qué? no obtenía respuesta, y la cuestión ¿cómo? tampoco. Después de peregrinar por la duda, el miedo y el cinismo, encontré zazen y la maravillosa enseñanza del Maestro Deshimaru. Todo estaba claro, derecho y luminoso. De esta manera mi vida es la de una muchacha que salió a pescar gambas y en el camino encontró una perla brillante.
Bárbara Kosen
Las flores se deshojan aunque las amemos, las malas hierbas crecen aunque las aborrezcamos; es así.
Dogén
al igual que la maestra
ResponderEliminarcaminando por la frustración
el sufrimiento y las constantes
ilusiones, he tropezado con el
budismo ... No tengo maestro,
pero ... ¿puedo decir que los
tengo esotéricos?
un gran abrazo en el Dharma
sigamos dando de ninguna mano
en gassho
irene